- María del Campo
- 19 may 2012 - 10:00
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El didgeridoo (yidaki, diyiridú, maluk, eboro, ginjungarg o djalupu en dialectos aborígenes) es un instrumento de viento con más de 20.000 años de antigüedad, que consiste en un tubo de madera hueca que se hace sonar al vibrar los labios sobre un extremo, y cuya parte exterior se pinta con vivos colores. Su término actual procede de la designación con la que los primeros colonos lo denominaron, aunque su traducción literal desde los dialectos aborígenes es “instrumento de conexión espiritual”.
Originalmente fue tallado a partir de troncos de eucalipto roídos por las termitas, los cuales al ser limpiados dejaban una larga cavidad donde el sonido reverberaba y se amplificaba produciendo una agradable melodía. Con la ayuda de la lengua y los labios, así como por los sonidos guturales emitidos desde un extremo, el didgeridoo produce una continuada melodía de tonos graves, que cautivan a todos los recién llegados al país. Su largura determina la gravedad del sonido, siendo éste mayor cuanto más largo es el instrumento. Un diggeridoo estándar mide unos 6 a 12 cm de diámetro y de 50 cm hasta más de 2 metros de largo. Los modelos para turistas llevan un ensanchamiento en su boca protegido por cera de abejas, que evita la irritación de los labios al soplar. Un buen regalo para recordar con cariño los cursos de ingles en Australia.
Los aborígenes utilizaban los diferentes tipos de didgeridoos como símbolos de poder y de estatus dentro de sus tribus, transmitiendo de generación en generación sus sistemas propios de uso y de utilización en sus ritos. Al requerir de una entrenada respiración, su uso actual está indicado en técnicas de relajación y musicoterapia.
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